viernes, 20 de agosto de 2010

Argumentos de autoridad.

Siempre me ha parecido curioso que gran parte de lo que damos por
sentado, en cuanto a derecho se refiere, lo sea no tanto por lo
convincente, lógico o comprobable de la tesis sustentada; sino que por
la autoridad intelectual que detenta quien sostiene la tesis. Así, por
ejemplo, muchas veces nuestra creatividad jurídica choca violentamente
con una pared cuyas palabras iniciales son: "La jurisprudencia
uniforme sostiene que...", para continuar con una idea que destruye,
por vía de matonaje intelectual, la opción de pelear por la vereda
contraria del pensamiento.
Y ocurre que existe una delgada línea, que separa la formación lógica
de juicios jurídicos de aquellas afirmaciones que nos persuaden sólo
por su emisor. De esta forma, le damos valor a la ya mencionada
jurisprudencia, a la doctrina de los autores más clásicos o prolíficos
de cada área, etc, muchas veces sin detenernos (por laxitud mental,
apuro o presunción de sapiencia) a analizar el sustrato lógico que
alimenta el argumento, sino que conformando la sed explicativa con la
auctoritas de la fuente.
Dentro de todos los operadores jurídicos, quien menos puede caer en el
argumento de autoridad es el juez, fundamentalmente por el deber
constitucional (no expreso, sino implícito en la racionalidad que debe
caracterizar al procedimiento) de concatenar cada argumento vertido en
una sentencia, de manera tal que la conclusión no sea sino expresión
silogística de las ideas que la preceden. El análisis de la prueba de
acuerdo al parámetro de la racionalidad justificada o sana crítica es,
a este respecto, de fundamental importancia para otorgarle legitimidad
democrática de "ratio scripta" al fallo judicial.
Sin perjuicio de aquello, pienso que el deber del jurista es siempre
mirar con recelo las ideas sustentadas fundamentalmente en argumentos
de autoridad. En cierta forma, ingresamos a un callejón oscuro, donde
nos guiamos por voces dispersas, pero donde no vemos el sendero.
Invitamos a la "ciencia" jurídica a dejar de ser tal, para convertirse
en la sutil arma del litigante pendenciero: el sofisma.
Esta breve idea podrá desarrollarse con mayor lucidez en otro momento.
Buenas noches.

Oscar.

Lectura recomendada:

La jurisprudencia de los tribunales como fuente de derecho (Romero).